Nunca sabremos el desencadenante que hizo que, hace 5 000 años, aquellas gentes que habitaban la fachada atlántica empezaran a levantar una serie de enigmáticas construcciones en piedra. En el Pirineo aragonés se encuentran numerosos megalitos de distintas tipologías (dólmenes, menhires, cromlech o círculos, cistas), en lugares muy diversos, algunos muy accesibles y otros en ubicaciones que requieren varias horas de travesía a pie para alcanzarlos. La revista La magia de viajar por Aragón está publicando una serie de reportajes dedicados a los megalitos del Pirineo aragonés, patrimonio cultural y monumental cuantioso en ejemplos aunque no demasiado conocido y, quizá, tampoco valorado como cabría esperar. Esta es la primera entrega introductoria a la que seguirán una serie de excursiones propuestas por Oscar Buil, gran conocer de la materia y autor del libro Megalitos del Pirineo aragonés, que reúne 144 de estas estructuras funerarias, algunas aún sin catalogar pero que la ley protege como Bienes de Interés Cultural.
Interpretaciones más o menos legendarias han visto en ellas la mano de misteriosos druidas, tumbas de gigantes, construcciones de moros legendarios, viviendas de brujas y, más modernamente, se les han atribuido funciones tan dispares como simples tumbas colectivas, lugares de incineración o… ¡pruebas de la visita de seres interplanetarios! Lo cierto es que el fenómeno del megalitismo abarca tan dilatada época y tan diversas civilizaciones que hacen de él un acontecimiento absolutamente heterogéneo tanto en su génesis como —suponemos— en su motivación y transcendencia social y cultural. Parece claro que la justificación, al menos en parte, es funeraria.
En los pocos megalitos que han sido excavados en el Pirineo han aparecido ajuares que hacen suponer que aquellas gentes pensaban que los despojos allí inhumados tenían necesidades físicas y practicaban actividades tan mundanas como el comer, el ornamento o la caza.
Con todo, esto no explica su extraordinaria dispersión geográfica y su homogeneidad dentro de la variedad. No explica su ubicación en lugares concretos y, con ello, la creación de lo que se ha venido a llamar geografías sacras, donde tan importante es el propio monumento como el contexto geográfico a él asociado, y no explica, en fin, la existencia y funcionalidad primaria de los tres tipos básicos de megalitos: dólmenes, túmulos y menhires, a los que habría que añadir la forma más evolucionada y moderna de éste último, los crómlech.
Mientras que los primeros se consideran lugares de enterramiento colectivo, los menhires y crómlech son considerados, respectivamente, hitos o límites de término, lugares donde depositar cenizas de difuntos y/o lugares de incineración. Lo cierto es que estamos apenas empezando a entender ese cometido, indisolublemente unido a prácticas rituales desconocidas y a un poderoso propósito metafísico del que sólo podemos hacer cábalas mediante arqueología comparativa y conjeturas más o menos fundadas. El Pirineo aragonés, como zona montañosa y marginal hasta hace pocas décadas, guarda una extraordinaria nómina de estos monumentos.
El primer dolmen descubierto en Aragón fue el dolmen de Santa Elena, en el año 1932, su descubridor, el Dr. Roque Herráiz, lo localizo muy cerca de Biescas, en los alrededores de una cantera actualmente abandonada. Los estratos de la excavación realizada aportaron restos óseos, un pequeño ajuar funerario y gran cantidad de cenizas, lo que indicaba claramente un uso del dolmen como refugio pastoril durante años. Desde aquel primer descubrimiento, el número de construcciones megalíticas halladas en territorio aragonés no ha parado de crecer, en particular en los últimos años si bien las excavaciones arqueológicas en este tipo de estructuras funerarias han sido casi nulas.
Dólmenes, círculos, menhires y cistas
Las sepulturas megalíticas que podemos encontrar en el Pirineo y Prepirineo aragoneses tienen una variada tipología. Si realizamos una clasificación sencilla, está podría agrupar cuatro tipos: el dolmen, los círculos de piedras o crómlech pirenaico, los menhires y las cistas. Generalmente se construían con materiales propios de la zona donde se asentaban, siendo los materiales más utilizados los bloques o cantos rodados y las lajas. El terreno elegido para su construcción suele ser un paisaje montañoso, generalmente sobre collados, montículos, laderas y valles. La altitud varía entre los 500 metros de altitud y los casi 2 000 metros.
El fenómeno megalítico, en especial en el caso de los dólmenes, ha estado desde la antigüedad asociado a leyendas vinculadas con seres fantásticos y cobijo de brujas, hecho este que ha propiciado en algunos lugares su destrucción intencionada; en otros casos, la creencia de tesoros enterrados en su interior los han convertido en víctimas de saqueos. En la actualidad, las estructuras funerarias cuentan con una figura de protección y se consideran Bienes de Interés Cultural (BIC).
Existe una relación clara entre megalitismo y la actividad trashumante o trastermitante. Estos megalitos, entre los que destacamos los dólmenes, crómlech y menhires, pertenecerían a una sociedad agropastoril que vivía en las montañas, habitaban cuevas y tenían asentamientos al aire libre de modo temporal para soportar las inclemencias del tiempo durante las largas jornadas de pastoreo en la montaña.
Es evidente que en todas las sociedades antiguas, al igual que sucede en las modernas, el ser humano se encuentra irremediablemente unido al ciclo imparable de la vida, proceso vital de un ser desde su nacimiento hasta su muerte. Estas sociedades agropastoriles se encontraron en un momento determinado con la problemática de sus difuntos, debido a causas diversas, como enfermedades, accidentes, luchas por control territorial; de este modo, surge la necesidad del enterramiento, primeramente por una necesidad profiláctica y, posteriormente, espiritual de relación con el difunto, enterramientos que se realizaban en cuevas y dólmenes, propios del periodo Neolítico. Con el paso del tiempo, el ritual funerario evolucionó y la incineración del cadáver fue el método más utilizado, depositando las cenizas del difunto en el interior de un crómlech o círculo de piedras, método utilizado desde finales de la Edad de Bronce hasta comienzos de la Edad del Hierro.
Los megalitos del Pirineo aragonés, no se pueden comparar en tamaño con los grandes megalitos del norte de Europa. Algunos ejemplos conocidos, como los alineamientos de Carnac, en la Bretaña, cientos de menhires alineados en grupo con un significado todavía no descifrado, o el famoso crómlech de Stonehenge, en Inglaterra, son modelos que en la península ibérica y más concretamente en Aragón no tienen comparativa, aquí es todo mucho más modesto. Pero el tamaño no está reñido con la importancia ni con la belleza, tanto de los monumentos en sí como de los emplazamientos donde los encontraremos.
En nuestra próxima entrega nos acercaremos a algunos de estos monumentos del pasado ubicados en el entorno de la sierra de Guara.