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25 años de la expedición aragonesa al Everest

En el mediodía del 6 de octubre de 1991, dos montañeros hacían cima en el monte Everest, culminando un tercer intento tras ascender por el collado sur de la montaña más alta de la Tierra. Eran Toño Ubieto y Pepe Garcés, y formaban parte de una expedición del club Peña Guara liderada por Javier Escartín e integrada también por Víctor Arnal, Ignacio Cinto, Lorenzo Ortas y Pepe Rebollo. Garcés era también un destacado miembro de Montañeros de Aragón Zaragoza. Fueron los primeros aragoneses en alcanzar la cumbre más elevada del planeta y este mes se han cumplido 25 años de aquella proeza.

Cinco de aquellos montañeros ya habían protagonizado otro hito en 1983, como miembros de la expedición aragonesa que alcanzó el primer ochomil, realizando además la primera ascensión española al Gasherbrum I o Hidden Peak (8.068 m), en la que abrieron una nueva vía por el espolón sur. Acababa de cumplirse el 50 aniversario del histórico club oscense. La montaña se ha quedado con algunos de esos grandes alpinistas, como el que fuera líder de aquellas expediciones, Javier Escartín, fallecido cuatro años después de la gesta del Everest junto a Javier Olivar y Lorenzo Ortíz, cuando descendían tras hacer cima del K-2 en una expedición conjunta de Peña Guara y Montañeros de Aragón; o Pepe Garcés, que perdió la vida en 2001 en el Dhaulagiri, tras haber alcanzado seis ochomiles.

EXPEDICIÓN ARAGONESA AL EVEREST.
Grupo expedicionario, de izda. a dcha.: de pie Victor Arnal, Pepe Garcés, Pepe Rebollo y Lorenzo Ortas; sobre la roca, Ignacio Cinto, Toño Ubieto y Javier Escartín. Foto: EXPEDICIÓN AL EVEREST.

Conversamos con dos de aquellos montañeros que formaron parte de una expedición inscrita ya en la historia del montañismo aragonés, reconocida este año con el premio de honor ‘Deportista Legendario‘ en la XIX Gala del Deporte Aragonés. Son Lorenzo Ortas y Toño Ubieto, dos hombres marcados quizá, sin ellos saberlo, por la que para ambos fue su ‘primera cuesta arriba’, el Aneto, cuando contaban solo 14 y 15 años. Normal que pronto el cuerpo les pidiera más altura. Ortas no lo imaginaba entonces pero Ubieto, crecido en Ayerbe bajo la imponente presencia de los mallos de Riglos, ya le había confesado a su maestro don Domingo que de mayor quería ser alpinista. ‘Eso no es nada, elige otra cosa’ le espetó el docente, y él eligió entonces ser médico. Años después, sin serlo, tuvo que ejercer como tal en aquella primera y exitosa expedición aragonesa a un ochomil. Alpinista ya era, y de los buenos.

Un orgullo para Aragón

Hablamos con Toño Ubieto y con Lorenzo Ortas por separado, pero sus palabras confluyen. Ambos subrayan que el himalayismo aragonés de aquellos años ‘poco tenía que ver’ con el que se practicaba fuera de nuestras fronteras o el de su entorno más cercano, el de navarros y vascos. ‘Nosotros éramos montañeros bastante atípicos, con trabajos y vidas familiares’, algo poco frecuente ya entonces entre la élite alpinista. Con 63 años, Ortas ha intensificado su actividad montañera desde su reciente prejubilación y Ubieto, que cuenta 60, hace poco que ha vuelto ‘a tocar roca’, después de 18 años separado de la actividad más montañera, ocupado en atender su hotel en Ayerbe.

Arista final y cumbre del Everest desde la cumbre Sur.
Arista final y cumbre del Everest desde la cumbre Sur. Foto: IGNACIO CINTO.

¿Qué supuso para el montañismo aragonés aquella cima del Everest en 1991?

Lorenzo Ortas: Se vivió como un imposible alcanzado, en términos montañeros, ya no había nada inalcanzable para Huesca, para Aragón. Fue también el principio del final de una etapa en la que las expediciones de Peña Guara pasaron de buscar las montañas más altas a orientarse hacia las más complicadas, un salto cualitativo en el que la dificultad se impuso a la altura, lo que complicó también la búsqueda de financiación, porque los retos eran más técnicos pero menos ‘vendibles’.

Toño Ubieto: Hace 25 años hacer un ochomil era algo singular y las expediciones no duraban menos de tres meses. A nosotros no nos atraía subir al Everest o a cualquier otra montaña por su vía normal, buscábamos retos, queríamos hacer aportaciones al montañismo. La cima en el Everest provocó un sentimiento de orgullo en todo Aragón. El recibimiento, ya en el aeropuerto de Barcelona, fue espectacular.

¿Cuál es el recuerdo más intenso que tiene de aquella expedición?

LO: Cuando llegamos juntos al campo base los cimeros con los del collado sur, los abrazos y la alegría, lo contentos que estábamos todos. También fue muy intensa la recepción que nos ofrecieron en Huesca.

TU: Recuerdo con total nitidez cuando salimos de la Cascada de Hielo del glaciar Khumbu (el punto más peligroso de la ruta al Everest por el collado sur), a la que los compañeros del campo base se habían acercado a esperarnos, recuerdo ese pisar, ya seguros, fuera de la cascada.

Cascada del glaciar Khumbu. EXPEDICIÓN AL EVEREST.
Equipando la Cascada del glaciar Khumbu. Foto: EXPEDICIÓN AL EVEREST.

¿Qué cualidades destacaría en un compañero ideal de expedición y qué piensa del himalayismo que se practica hoy?

LO: Nosotros pensábamos que la fortaleza del grupo la daba la amistad, el conocimiento de las limitaciones de los demás y el compartir un mismo objetivo. No éramos grandes alpinistas pero sí un gran equipo, fuerte y cohesionado en torno a la figura de Javier Escartín, que actuaba como líder. Yo he tardado años en darme cuenta de la dimensión de lo que hicimos. Entonces creíamos que ir a un ochomil y abrir una nueva vía no tenía tanta importancia, simplemente era lo que había que hacer. Ahora hay mucha más gente y más medios, unos buscan lo fácil y otros, como nosotros, retos más comprometidos, pero que quizá tienen menos repercusión mediática.

TU: Lo que más he apreciado en un compañero de cordada ha sido la fiabilidad, la confianza en él. Nuestras expediciones, a diferencia de las de otros sitios, no eran fruto de un proceso de selección o la decisión de un organizador, sino que eran iniciativas puras y netas nuestras. Hoy el himalayismo es muy diverso, sigue habiendo gente que comparte nuestros planteamientos y se da una convivencia entre los que practican las ascensiones alpinas, ligeras, con las grandes expediciones comerciales.

Corredor Lamber, Everest.
Amanecer en el Corredor Lamber, por encima del collado Sur, a unos 8.400 metros de altura. Foto: LORENZO ORTAS.

¿Qué destacaría de todo lo que la montaña le ha dado en la vida?

LO: Lo más valioso son los amigos que he tenido y alcanzar esos logros que parecían imposibles.

TU: La montaña me ha dado muchas cosas. Releyendo a Cajal, el sabio por el que sentimos veneración en mi pueblo, me he dado cuenta de lo que en mí influyó de pequeño su imagen de niño travieso, gamberro y ocurrente. Creo que esa influencia me ha llevado también a relacionarme con la naturaleza no de un modo ‘roussoniano’ sino más bien aventurero, empujado por el deseo de conocimiento: subir a la montaña para ver qué había al otro lado.

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Recibimiento de la expedición en Huesca. Foto: Peña Guara.

Y una tópica para terminar. El himalayismo es una actividad de alto riesgo, ¿qué empuja a un montañero a jugarse la vida una y otra vez?

LO: Cada montañero tendrá su respuesta, la mía es el reto, conseguir un imposible. Y hoy sigue siendo el reto mi principal motivación, en la montaña y fuera de ella.

TU: ¿Cuántas veces crees que me lo he preguntado en medio de un mal vivac? Es una pregunta a la que no sé responder, es una atracción, como un imán. He estado 18 años alejado de la actividad pero en todo ese tiempo he mantenido al día mi acreditación como guía de alta montaña. Ahora he vuelto a escalar… ¡y estoy con unas ganas que para qué!

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Otro momento de la llegada de la expedición a Huesca. Foto: Peña Guara.
Cabecera: Pepe Garcés en la cima del Everest, foto de Toño Ubieto. Texto: Aragón Documenta-Prames.

 

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