El cambio climático está generando el nacimiento de nuevos ibones en el Pirineo, lagos de alta montaña alimentados por la inexorable pérdida de hielos y nieves perpétuas. El retroceso y la lenta desaparición de los glaciares pirenaicos nos está dejando, a modo de “premio de consolación”, el nacimiento de nuevos lagos. El último, de momento, situado en la margen izquierda del glaciar del Aneto, a 3105 m de altitud, tiene ya 0,3 hectáreas de extensión.
Son lagos de altura que apenas se dejan ver al final del verano, e incluso algún año no terminan de deshelarse y pasan inadvertidos para los montañeros. Forman parte de paisajes que nos evocan a Islandia o Groenlandia; hasta pequeños icebergs podemos encontrar flotando en sus aguas. La toponimia delata a los ibones muy vinculados a glaciares todavía activos: ibones blancos, ibones chelaus, gourgs glacés, gourgs blancs, lacs d’Opale… ya que en sus aguas permanecen suspendidas pequeñas partículas procedentes del pulido glaciar que les proporcionan su variable color: de aguas turbias, lechosas o beis si mantienen mucho sedimento y, a medida que se decanta este, adquieren un intenso y espectacular tono azul claro opalescente, difícil de olvidar para quien lo ha disfrutado alguna vez.
Frágiles joyas
Estas pequeñas joyas de altura son parte de la herencia que nos dejan los glaciares pirenaicos, que tuvieron un máximo de extensión reciente en la denominada Pequeña Edad del Hielo, entre los siglos XVI y XIX, y ahora están en franca retirada. Mientras los glaciares están activos, actúan a modo de gigantesca lija gracias a los numerosos fragmentos pétreos que engloba el hielo sucio. Raspan su base rocosa dejándola pulida, estriada y, a veces sobreexcavada. Es en estas sobreexcavaciones donde queda retenida el agua cuando el hielo mengua.
Para encontrar estos ibones en el Pirineo hay que subir muy arriba, hasta el entorno de los 3000 metros. Llegar hasta ellos no es fácil, no hay sendas, e incluso algunos no aparecen todavía en los mapas.
Este aislamiento los preserva, de momento, dada su gran fragilidad ya que estamos ante “lagos bebés” que están totalmente vírgenes, constituyendo auténticos santuarios de la naturaleza y magníficos laboratorios potenciales donde estudiar cómo aparece en ellos la vida más simple y primitiva (fitoplancton, zooplancton, tapices algales…) o la acumulación de diferentes contaminantes en sus aguas o sedimentos.
Por eso, si fruto de la lectura de este artículo decidiéramos ir a visitar alguno de ellos, deberemos mantener una actitud de máximo respeto y cuidado, evitando caer en los errores cometidos en otros ibones mayores (más accesibles y ‘mediáticos’ como Plan, Anayet, Estanés…) y procurando no dejar la más mínima pista de nuestra estancia.
Un siglo de descubrimientos
Los primeros pirineístas conocieron nuestros glaciares mucho más extensos que en la actualidad y, a medida que menguaban, pudieron documentar la aparición de algún importante ibón. Así, el 27 de julio de 1905, tres eminentes cartógrafos, el conde Saint Saud, Denis Eydoux y Léon Maury, descubrieron un incipiente lago que empezaba a aparecer al pie del glaciar de Clarabide, a 2648 metros de altitud, en la vertiente norte del pico homónimo, al otro lado del valle de Estós. En años posteriores, el glaciar siguió perdiendo hielo a la vez que el lago aumentaba en superficie y profundidad (seguramente más de 10 metros).
En los años 50 quedaba un glaciar testimonial y un lago lleno de témpanos de hielo, tal como puede verse en la cartografía del IGN francés (Institut Géographique National). Ya no quedaba glaciar en los años 90, presentando el lago una extensión de 8,9 hectáreas, es decir había surgido un gran lago en el Pirineo.
Este mismo fenómeno pudo seguirse en el ibón de Malpás, en el valle de Remuñé (2720 m y 0,88 ha), en el ibón Chelau de Barbarizia (2810 m y 0,96 ha), o al oeste del pico Spijeoles (2672 m y 1,87 ha).
La desaparición del glaciar de Lliterola, en la cara sur del pico Crabiules, dejó entre los 2815 y los 2831 m cuatro cubetas inundadas conocidas como ibones Blancos de Lliterola. El primero apareció en los años 40 (0,13 ha) y el último se deja ver desde los 90 (0,92 ha). Su típico color azul claro los hace muy característicos (ver también la imagen de cabecera de esta entrada).
Arrablo y Gourgs Blancs
Más recientemente, en 1989, un año con poca acumulación de nieve y altas temperaturas veraniegas, pudo observarse un ibón a 2964 metros, en el circo formado entre Monte Perdido y el Pico d’Añisclo (Soum de Ramond), en su vertiente sur. Se le denomina ibón d’Arrablo y presenta una extensión de 0,61 ha, más del doble que el famoso lago Helado de la subida normal al Monte Perdido, que tiene 0,25 ha.
En el mismo circo apareció en 2006, con 0,23 ha y fuerte color beis, otro ibón a 3020 metros, el más alto del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. También desde entonces puede contemplarse un pequeño ibón (0,12 ha) a 2910 m entre las puntas Tormosas.
En la cara norte del pico de los Gourgs Blancs emergió junto al hielo, en el año 2000, el último “gourg blanc”, a 2765 m (0,11 ha).
El más elevado de la Península
Pero el ibón más reciente y probablemente el más espectacular es el que ha aparecido en la margen izquierda del glaciar del Aneto, bajo el collado Maldito y el pico Maladeta, a 3105 metros de altura, lo que lo convierte en el más alto del Pirineo y de la península ibérica.
Empezó a intuirse en el año 2012 pero no fue hasta el año 2015 cuando se constató que era un ibón, ya con 0,05 ha de superficie. En 2019 mostraba 0,3 ha, crecimiento que puede observarse en las dos imágenes siguientes.
En ese conjunto de nuevos ibones en el Pirineo, este tiene el atractivo de que el glaciar termina en él; es decir, prácticamente la mitad de la orilla es hielo, y se ve cómo continúa bajo el agua. Por lo tanto, conforme el glaciar vaya retrocediendo, el lago continuará creciendo tanto en extensión como en profundidad.
El entorno es maravilloso: hielo cristalino con piedras incrustadas, pequeños torrentes de fusión glaciar (“bedieres”), alguna grieta, y bloques erráticos rocosos que la acción solar deja elevados sobre el hielo formando lo que se conoce como “mesas glaciares”.
Bajo el collado Maldito
Para acceder al ibón bajo el collado Maldito, partiremos de La Besurta, en el valle de Benasque. Podemos subir por el tradicional itinerario al Aneto, que pasa por el refugio de La Renclusa y el Portillón Superior, o bien por Aiguallut y el ibón de Salterillo. Al alcanzar el glaciar remontaremos hacia el collado, ya sea por el hielo o por la roca. En cualquier caso, es un itinerario de alta montaña, largo y que requiere material adecuado y experiencia.
Hay que aclarar que junto al collado de Coronas, a 3190 m de altura, la fusión de nieve suele dar lugar a un laguito supraglaciar (frecuentes en los Alpes pero único en el Pirineo), retenido en la concavidad de la duna de nieve del glaciar de Aneto. Al no ser un auténtico ibón de sobreexcavación glaciar, a finales de verano suele desaparecer por filtración entre las grietas del hielo que lo sustenta y no es de esperar que se perpetúe.
Por último, no hay que descartar alguna nueva sorpresa. Tanto en el glaciar d’Ossoue (Vignemale) como en el de Maladeta, los estudios geofísicos que estiman el espesor del hielo apuntan la posibilidad de que surja algún nuevo lago, sobre los 3100 metros de altitud.
Disfrutemos de estas experiencias que todavía nos regala el Pirineo, preservemos estos espacios tan especiales y, en la medida de lo posible, reduzcamos nuestra contribución al calentamiento global, causa innegable de la desaparición de los glaciares.
Texto: Javier San Román y José Luis Piedrafita
Imagen de cabecera: bajo el Perdiguero, el ibón de Lliterola y (a la derecha) los nuevos ibones Blancos. Foto aérea de Gerardo Bielsa (10-09-2016)
De nacimientos y bautizos
Las montañas que hoy nos rodean son las mismas que conocieron nuestros antepasados y sus nombres se remontan a muchos siglos atrás, recogiendo vivencias, hechos geográficos, leyendas… Por respeto a la memoria de la cultura montañesa no debemos rebautizar nuestras montañas con los nombres de personajes del momento, por muy admirados que sean. Así lo entendió la Comisión Asesora de Toponimia de Aragón cuando propuso la recuperación de los nombres originales de los “tresmiles” altoaragoneses, eliminando algunas denominaciones foráneas.
Sin embargo, con los nuevos ibones en el Pirineo nos encontramos ante un verdadero nacimiento que, ahora sí, exige un bautizo. Para ello la Comisión ha iniciado los contactos con los municipios titulares de estos lugares para que sean ellos y no otros quienes propongan cuál ha de ser su nombre. Como debe ser.
Buenos días, necesito una imagen antigua del glaciar de Literola. Antes de que apareciera el ibón. Por favor podéis facilitarme el contacto de algún alpinista, fotógrafo, investigador que pueda tenerla ?
Muchas gracias